Flavio Meléndez Zermeño[i]
El psicoanálisis se ocupa del duelo debido a que hay quienes
buscan a un analista para hacer algo ante una muerte que los afecta. El
enunciado que da título a este texto se encontraba en una pancarta de protesta
en una de las manifestaciones públicas del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.
La particularidad de este movimiento social es que surge a partir del duelo de
Javier Sicilia, poeta y periodista, por el asesinato de su hijo Juan Francisco.
Juanelo, como lo llamaba
cariñosamente su padre, fue asesinado por una banda del crimen organizado el 28
de marzo de este año en la ciudad de Cuernavaca (Morelos, México) junto con
otros cinco jóvenes: Gabriel Alejo Cadena, Julio César Romero, Luis Antonio
Romero, María del Socorro Estrada y Jesús Chávez, además de Álvaro Jaimes, tío
de dos de ellos. Lo que este duelo implica para Javier Sicilia queda escrito en
un poema dedicado a su hijo y en el que anuncia su retiro de la poesía:
El
mundo ya no es mundo de la palabra. / Nos la ahogaron adentro / como te
asfixiaron / como te desgarraron a ti los pulmones / y el dolor no se me
aparta. / Sólo tengo al mundo. / Por el silencio de los justos / sólo por tu
silencio y por mi silencio, Juanelo… / El mundo ya no es digno de la palabra,
es mi último poema, no puedo escribir más poesía... la poesía ya no existe en
mí.[ii]
Estos versos muestran que para Sicilia la muerte de su hijo ha
dejado al mundo desprovisto de la palabra poética, algo que él ha perdido al
perder a su hijo, lo que éste se lleva al morir. ¿La subjetivación de esta
pérdida es condición necesaria y suficiente para que este duelo pueda llegar a
su conclusión de acto? Además de las indicaciones que al respecto aporta el
poema, un trazo adicional permite situar algo del orden del acto en el proceder
de Sicilia: de aquí en adelante este apellido no nombra solamente a quien fuera
poeta[iii],
sino que nombra al organizador más visible de un movimiento social que tiene su
impulso en el duelo que enfrentan algunas familias mexicanas al haber perdido a
seres queridos, generalmente jóvenes, en condiciones trágicas[iv].
El Movimiento por la Paz
con Justicia y Dignidad está articulado por el dolor de Sicilia y de otros
muchos ante la muerte de sus hijos, hijas, esposas, esposos, madres, padres,
amigos, amigas, hermanos… Es por lo tanto un movimiento social que se
constituye al margen de los partidos políticos, de los intereses de la clase
política y de la búsqueda del poder del Estado:
Lo
importante es no perder de vista que la base del movimiento es el dolor de las
víctimas, porque si lo hacemos vamos a entrar a una lógica, a una narrativa que
ya conocemos, a una disputa ideológica. Y eso no es lo que queremos.[v]
Se presenta aquí un poder del dolor. La contraparte del silencio
de Sicilia en la poesía es entonces su activismo político, en el mejor sentido
de la expresión, y su grito de indignación: “¡estamos hasta la madre!”,
dirigido a los miembros de la clase política y a los criminales. A los primeros
por buscar solo el poder, por participar de la corrupción y la impunidad que
hacen posible el predominio del crimen, por ver solo por sus propios intereses
y olvidarse de la ciudadanía; a los segundos por su violencia, por su crueldad,
por su falta de dignidad, por haber perdido los códigos de honor que tuvieron
en el pasado.[vi]
El poema fue leído unos días después de la muerte de Juanelo en el
zócalo de Cuernavaca, la principal plaza pública de la ciudad, como corresponde
a una situación en la que quedan reunidos el público de un duelo singular y el
público de la política, haciendo de este duelo una cosa pública, res pública. Y es que dada la relación
de Javier Sicilia con el mundo de la cultura, el periodismo y la política, el
asesinato de su hijo se convirtió para muchos sectores sociales en “la gota de
Sangre que derramó el vaso”[vii],
al sumarse a los más de cincuenta mil muertos y más de diez mil desaparecidos
que ha dejado como saldo la Guerra en contra de la delincuencia organizada
que lleva a cabo el Gobierno Federal por decisión del titular del poder
ejecutivo. Es así que se articula una respuesta colectiva que reúne a numerosos
ciudadanos que han perdido a seres queridos en esta guerra, convocando al mismo
tiempo a decenas de miles de habitantes de distintas partes del país a
movilizarse en contra de una política militarista que no solo ha mostrado su
ineficacia para combatir al narcotráfico y al crimen organizado sino que ha
desgarrado gravemente el tejido social. De tal manera que este movimiento
social no solo vuelve visibles y públicos los signos del duelo, que la
modernidad occidental tiende a ocultar confinándolos al espacio privado, sino
que se propone refundar el Estado mexicano para rehacer el tejido social,
poniendo especial atención en las condiciones de vida de los jóvenes, a quienes
el capitalismo globalizado y la crisis económica y financiera les han reducido
considerablemente las oportunidades de una vida vivible –“nos han robado el
futuro”, se escucha decir a algunos jóvenes que se enfrentan a espacios
educativos que los excluyen y al desierto sobrepoblado del mercado de trabajo.
En el debate público se cuestionan los fundamentos de una guerra
que parece no tener una sola razón válida y circulan con insistencia los argumentos
que señalan su extrema debilidad: al combatir a la delincuencia organizada en
las calles, utilizando comandos policíacos y militares, la violencia se ve
incrementada y no se resuelven sus causas; esta estrategia no toca los flujos
financieros ligados al crimen organizado y no investiga los circuitos del
lavado de dinero; no se combate la corrupción enquistada en las instituciones,
que va desde las altas esferas del poder político hasta los niveles operativos,
que proporciona protección e impunidad a las actividades criminales; abundan
los casos comprobados en que los encargados de combatir e investigar
secuestros, tráfico de personas, extorsiones, narcotráfico y demás delitos del
crimen organizado, participan directamente en las bandas que cometen estos
delitos o están en complicidad con ellas; quien se ostenta como presidente de la República dio inicio a
esta guerra buscando ganar la legitimidad que no le dio un triunfo electoral
dudoso, con una ventaja de apenas el 0.25% sobre el candidato de la izquierda,
en unos comicios plagados de irregularidades; esta estrategia militarista
responde a los intereses de los Estados Unidos, que es al mismo tiempo el mayor
mercado mundial de la droga y el principal exportador de armas ilegales a
México; se evade la discusión sobre la legalización de las drogas, la cual toma
cada vez más impulso en foros internacionales y en distintos países, entre
ellos los Estados Unidos. Estos y otros cuestionamientos son retomados e
impulsados por el Movimiento por la
Paz con Justicia y Dignidad. Sicilia llega hasta el punto de
hablar de un “Estado delincuencial”, en el que la criminalidad de la clase
política y la impunidad con la que actúa son comparables a las de las bandas
criminales:
La vida
política de nuestro país es, para parafrasear a Clausewitz, la continuación de
la delincuencia por otros medios.[viii]
El enunciado reproducido en el título de este artículo presenta
dos posiciones opuestas, dos experiencias que son irreconciliables en el marco
de una guerra. El término daño colateral
(collateral damage) empieza a ser utilizado por las fuerzas armadas de los Estados
Unidos a partir de la guerra de Vietnam y se populariza durante la guerra del
Golfo Pérsico a principios de los años noventa. Designa las vidas humanas que
están a un lado de las que la guerra busca destruir, pero cuya pérdida se
considera justificada en función de los objetivos que esa guerra persigue; las
vidas de quienes estaban “en el lugar y en el momento equivocados”, desde la
perspectiva del imperativo de una acción armada para el que esas vidas no
cuentan como tales sino solo como daños
colaterales. Al ser designadas de esta manera se pierde su especificidad de
vidas humanas singulares para quedar inscritas en una estadística que justifica
por sí misma su desaparición al quedar subordinadas a los objetivos superiores que la guerra en cuestión persigue. Aquí es
necesario tener en cuenta que el adjetivo collateral en inglés califica al sustantivo que acompaña como algo secundario
o adicional, con lo cual se muestra el equívoco significante de la expresión: collateral
damage asigna ese lugar secundario no solo a los daños materiales que
eventualmente provoca sino a las vidas con las que termina. Este punto de vista
difícilmente puede ser compartido por alguien que pierde a un ser querido en
tales circunstancias, como es el caso de quienes han muerto por encontrarse en
medio de un tiroteo entre fuerzas del gobierno y bandas del crimen organizado
–que para colmo nadie puede asegurar que se trate del enfrentamiento entre dos
bandos claramente diferenciados-, o que han muerto por ser confundidos por miembros del ejército o de las policías con
miembros de un grupo delincuencial o por ser confundidos por uno de estos grupos con una banda rival o con
miembros de las fuerzas de seguridad, o que han muerto a manos de grupos
criminales que actúan con la impunidad que les da la protección de políticos y
funcionarios que van desde los de alto rango a los de niveles operativos.
Sin embargo, en este caso el titular del poder ejecutivo no
prioriza políticas de salud pública –uno de los instrumentos usuales del
biopoder- para enfrentar un aumento sustancial del consumo de drogas por parte
de los jóvenes de nuestro país, sino que privilegia las operaciones militares y
policíacas, saca al ejército a las calles, declara la guerra a las bandas del
narcotráfico y entonces recibe su mensaje en forma invertida: tiene su guerra
en una parte considerable del territorio nacional, con miles de muertos y
desaparecidos, tanto de las bandas criminales como de los cuerpos de seguridad
del gobierno y… de la población civil. La contradicción capital de esta
estrategia ha sido condensada por el monero Hernández en un cartón político que
titula Nuevo Eslogan. En él, con la agudeza que solamente permite lo cómico,
que aquí se anuda con lo trágico, muestra a un empequeñecido ocupante de la
silla presidencial que clava con un martillo el logotipo de su gobierno (el
cual contiene la frase “Vivir Mejor”) en un gran anuncio que dice: “Para que la
droga no llegue a tus hijos… TE LOS ESTAMOS MATANDO”.[x]
Al tomar al pie de la letra este enunciado se puede concluir que la versión
posmoderna de la solución final es el
daño colateral, despojado ya del eufemismo de la expresión: el exterminio.[xi]
Una de los ejes fundamentales del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad es
la exigencia de que los miles de muertos y desaparecidos anónimos que ha dejado
el conflicto bélico sean nombrados, que se aclaren las circunstancias de su
muerte o desaparición y que se haga justicia: “Exigimos esclarecer asesinatos y
desapariciones y nombrar a las víctimas. Se deben esclarecer y resolver los
asesinatos, las desapariciones, los secuestros, las fosas clandestinas, la
trata de personas y el conjunto de delitos que han agraviado a la sociedad.
Determinar la identidad de todas las víctimas de homicidio es un requisito
indispensable para generar confianza”[xii].
De ahí la insistencia en que hay que hacer visible lo que le ocurrió a quien
haya sido asesinado o desaparecido, investigar qué y cómo pasó, determinar
quién era inocente y quién estaba involucrado con el crimen organizado, para en
el primer caso restituir el honor y la dignidad de quien falleció y de su
familia –pues no faltan las insinuaciones e incluso las acusaciones
precipitadas por parte del Gobierno Federal, o de algún gobierno estatal, en el
sentido de que quienes han muerto en alguna balacera, han sido ejecutados por
alguna banda criminal o han desparecido es porque necesariamente estaban
implicados en alguna actividad delictiva-, y en el segundo caso para “ver qué
parte del tejido social se está desgarrando, dónde está lo que estamos dejando
de hacer para producir criminales”.[xiii]
Estas demandas develan uno de los presupuestos que organizan la
guerra que lleva a cabo el gobierno: hay vidas humanas que cuando se pierden no
son dignas de ser lloradas y por lo tanto tampoco son merecedoras de duelo. En
el discurso gubernamental esta cuestión es sugerida cuando se afirma como una
justificación de esa guerra que la mayor parte de las vidas que se pierden en
ella pertenecen a miembros de las bandas del crimen organizado, un porcentaje
mucho menor a miembros de las fuerzas de seguridad del gobierno y solo un
porcentaje mínimo a “civiles inocentes”:
A principios
de 2010 el presidente Calderón sugirió que el 90% de las víctimas estaban ‘muy
probablemente vinculadas al crimen organizado’, 5% a las fuerzas de seguridad,
y que los civiles inocentes eran ‘muchos menos’. Si estas estimaciones son aún
válidas, la cifra de ‘daño colateral’ sería, aproximadamente, menos de mil 500
personas. En enero de 2011 la PGR
reportó 356 fallecimientos de ‘civiles inocentes’ durante los últimos cuatro
años.[xiv]
Tal argumento da a entender que las vidas de quienes están ligados
a la delincuencia organizada son vidas que no importan; pero en un ambiente en
el que el temor y la desconfianza calan en el lazo social, la sospecha de
mantener relaciones con la mafia queda flotando sobre cualquiera que sea
asesinado, secuestrado o “levantado”[xv],
con lo cual al sufrimiento de la familia por la pérdida se le suman la afrenta
pública y la impotencia frente a la apatía o incluso el maltrato de las
autoridades, que no hacen mucho por investigar un crimen que ya han juzgado por
anticipado. Si el principio jurídico de presunción de inocencia escasamente ha
operado en México[xvi],
dadas la corrupción y la ineficiencia tradicionales en la impartición de
justicia, ahora menos que nunca ese principio tiene vigencia en nuestro país,
cuando por momentos la guerra ha instalado el estado excepción en algunas
partes del territorio nacional.
Hay además otras dos consecuencias que se pueden extraer del
discurso oficial y de las cifras mencionadas por el titular del poder
ejecutivo: por un lado, si el porcentaje de civiles inocentes muertos en la
conflagración es equivalente al de los miembros de las fuerzas de seguridad
caídos en combate, entonces cualquier civil corre el mismo riesgo de morir que un
miembro de las policías, del ejército o de la marina que se supone enfrentan al
crimen organizado para proteger la vida de esos civiles; por el otro, si las
vidas de los “delincuentes” no tienen valor y por lo tanto sus pérdidas no
merecen ser lamentadas, entonces el gobierno actúa de la misma manera que
aquellos que combate, hay una relación especular entre gobierno y delincuencia
organizada, pues para ambos las vidas con las que deciden terminar no tienen
ningún valor.
Una vida humana solo tiene valor si correlativamente su pérdida es
situada como merecedora de duelo. Mientras una vida transcurre, la posibilidad
de que sea llorada si se perdiera es una condición para su mantenimiento,
condición que se sitúa en el futuro anterior en tanto este forma parte del
lenguaje común:
… la frase
“esta será una vida que habrá sido vivida” es la presuposición de una vida cuya
pérdida es digna de ser llorada, lo que significa que será una vida que puede
considerarse una vida y mantenerse en virtud de tal consideración. Sin
capacidad de suscitar condolencia, no existe vida alguna, o mejor dicho, hay
algo que está vivo pero que es distinto a la vida.[xvii]
Una guerra establece, por la lógica misma que la impulsa, una
distinción entre vidas valiosas y vidas devaluadas, entre vidas merecedoras de
duelo y vidas que no lo merecen. La cuestión es que en las guerras actuales esa
distinción no se reparte exhaustivamente entre bando amigo y bando enemigo,
pues al no tratarse de guerras convencionales en las que se enfrentan ejércitos
regulares claramente diferenciados, el estado de vida no merecedora de duelo se
desliza a cualquiera que quede en calidad de daño colateral o a cualquiera que estorbe los objetivos que esa
guerra se propone. Cuando una vida termina en estas circunstancias, y esto es
aún más patente en el caso de una vida joven, necesariamente queda como una
vida no realizada, una vida “que no habrá sido vivida”, pues no solo le habrá
sido arrebatada la vida sino también la muerte. Al no contar como una vida
perdida en la sociedad y la cultura en la que esa vida transcurría, queda en el
lugar de una vida que no merece ser llorada, que no alcanza a dar lugar a un
duelo y peor aún si ha quedado en calidad de anónima.
De aquí es posible extraer una enseñanza: para que un duelo pueda
encontrar su conclusión como acto se requiere que una vida que se pierde sea
reconocida como digna de ser llorada, como merecedora de duelo en el lazo
social en el que esa vida transcurrió. Esta es una condición que queda enlazada
a las particularidades que toma el duelo y que dependen de las vicisitudes de
la relación amorosa entre quien murió y quien está de duelo por esta muerte. Si
el acto de subjetivación de esta pérdida requiere del “gracioso sacrificio de
duelo”[xviii],
en el que el doliente deja caer eso que el muerto se ha llevado consigo, lo que
constituye una pérdida suplementaria que al caer queda convertida en desecho,
tal acto solo es posible a condición de que no sea el (la) muerto(a) el (la)
que queda por anticipado en ese lugar del desecho. Es necesario que su muerte
sea reconocida en el lazo social como merecedora de duelo para que eso que con
él (ella) se pierde suplementariamente pueda caer para el doliente como resto,
como desecho, y el duelo pueda cerrarse haciendo de esta pérdida una muerte a
secas, sin sustitución posible. Es aquí donde hay que situar la demanda del
Movimiento por la Paz
con Justicia y Dignidad de nombrar y reconocer a los muertos y desaparecidos,
hacerles justicia y darles humana sepultura a los que no la tuvieron.[xix]
Tener en cuenta que una vida puede ser llorada si se pierde, abre
la posibilidad de aprehender la precariedad de la vida. Alguien que vive está
expuesto a la no-vida desde el principio de su existencia:
Afirmar, por
ejemplo, que una vida es dañable o que puede perderse, destruirse o desdeñarse
sistemáticamente hasta el punto de la muerte es remarcar no sólo la finitud de
una vida (que la muerte es cierta) sino, también, su precariedad (que la vida
exige que se cumplan varias condiciones sociales y económicas para que se
mantenga como tal). La precariedad implica vivir socialmente, es decir, el
hecho de que nuestra vida está siempre, en cierto sentido, en manos de otro…[xx]
La relación del humano con la vida y con la muerte le impone por
un lado la experiencia de su finitud, y con ella la de una brecha entre el goce
que busca y el goce que obtiene; la relación del humano con la precariedad de
la vida le impone por otro lado ciertas condiciones sin las cuales no puede
mantenerse con vida. En el mundo humano estas condiciones no están repartidas
equitativamente, es decir, hay una distribución desigual de la precariedad
ligada a determinaciones políticas y sociales. A lo largo de la historia se han
constituido formaciones sociales en las que la repartición del poder y los
recursos materiales minimiza la precariedad para unos y la maximiza para otros.
Esta asignación diferencial establece modalidades sociales de vivir y prosperar
así como de morir y de duelo, a la vez que interviene en la distribución del
usufructo de los bienes sobredeterminando los regímenes de goce propios de cada
cultura. En el entramado de estos ordenamientos el cuerpo humano es un cuerpo
social que depende de la relación con los otros para sortear la precariedad,
sostenerse con vida y encontrar sus modalidades de goce.
Hay situaciones sociales y políticas en las que la precariedad de
la vida se incrementa de manera exponencial, como ocurre en el conflicto armado
que en este momento tiene lugar en México. Se dice que el país está en una
“crisis de seguridad”, por la violencia cotidiana provocada por el crimen
organizado y por la torpe y violenta manera de combatirlo que ha instrumentado
el actual Gobierno Federal. Pero habría que inscribir esta inseguridad en un
marco más amplio, en el que faltan los soportes colectivos que en otros tiempos
permitían cierta protección frente a la precariedad de la vida y en el que ya
no están más las pocas certezas que provenían de los sistemas de referencias
que organizaban el lazo social; todo eso que la posmodernidad globalizada se
llevó consigo.
Son también los tiempos de la muerte de dios –escrito por este
mismo hecho con minúscula-, en el que “sus criaturas” han quedado en un
desamparo que tal vez no habían conocido antes. Tal vez por eso la capacidad de
convocatoria de Sicilia, de su discurso que no es solamente el de un
intelectual de izquierda al que una tragedia puso en un lugar en el que él no
eligió estar, sino el de un católico que practica una espiritualidad que
difiere tanto de la teología de la liberación como de las posiciones
conservadoras de la jerarquía eclesiástica, aunque coincida con las exigencias
de justicia social de aquella corriente teológica. Ese discurso que apela al
amor, al consuelo -como una manera de acompañar al otro en una soledad que es
mutua-, que busca “tocar el corazón” de los políticos y los criminales, es
también el discurso de un guía espiritual que interviene en el terreno de la
política, en el mejor sentido que puede tener esta palabra: lo que hace vivible
la vida en la polis.
Guadalajara, Jalisco. México
Agosto del 2011
[i] Este trabajo forma parte del proyecto de investigación “El poder
en el lazo social y las diversas modalidades de subjetivación”, que se lleva a
cabo en la Universidad
de Guadalajara.
[ii] Rubicela Morelos. “La poesía ya no existe en mí”. La
Jornada , abril 3, 2011.
[iii] En 2009 Javier Sicilia obtuvo el Premio Nacional de Poesía
Aguascalientes con el libro Tríptico del
desierto, Editorial Era.
[iv] ¿No es además una ironía, de esas que el real del lenguaje nos
trae en ocasiones especiales, que este apellido coincida con el nombre del
lugar en el cual tuvo sus orígenes la mafia? En esa región han surgido también
en tiempos recientes poetas que se han enfrentado a la mafia.
[v] Blanche Petrich. “Entrevista. Javier Sicilia, poeta y dirigente
del Movimiento por la Paz ”.
La Jornada , junio 30, 2011.
[vi] Javier Sicilia. “Estamos hasta la madre… Carta abierta a los
políticos y a los criminales”. Proceso,
No. 1796, abril 3, 2011.
[vii] John M. Ackerman. “La gota de sangre que derramó el vaso”. La
Jornada , abril 5, 2011.
[viii] Javier Sicilia. “El Estado delincuencial y la no violencia”. Proceso, No. 1811, julio 17, 2011.
[ix] A principios de este año el titular del poder ejecutivo federal,
Felipe Calderón, negó haber utilizado la palabra “guerra” para referirse al
combate que su gobierno efectúa en contra del crimen organizado. En una
revisión rápida que el Grupo Reforma llevó a cabo en sus archivos, esa palabra
es pronunciada en ocho discursos públicos por Calderón. Cf. Carmen Aristegui.
“La guerra”. Mural, enero 15, 2011.
[xi] “Heydrich (…) dijo que el nombre en clave oficial dado al exterminio de los
judíos era ‘Solución Final’”. Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén. DeBolsillo. Barcelona, 2004. p. 125.
[xii] Pablo Ordaz. “México heroico”. El País Domingo, junio 19, 2011. El Pacto Ciudadano por la Paz con Justicia y Dignidad
firmado el 10 de junio en Ciudad Juárez Chihuaha (llamada por Sicilia “el
epicentro del dolor”, que en los últimos años ha ganado fama internacional como
la ciudad más violenta del mundo, por la gran cantidad de asesinatos de mujeres
por razones de género y por las miles de muertes provocadas por el crimen
organizado y sus enfrentamientos con las fuerzas armadas gubernamentales),
consta de seis ejes que articulan las demandas del Movimiento: 1. Esclarecer
asesinatos, desapariciones y secuestros. Nombrar a las víctimas; 2. Fin a la
estrategia de guerra. Estrategia de seguridad ciudadana con enfoque en los
derechos humanos; 3. Combatir la corrupción y la impunidad. Reforma en la
procuración y administración de justicia; 4. Combatir la raíz económica del
crimen organizado y el lavado de dinero; 5. Atención de emergencia a la
juventud y reconstrucción del tejido social. Una política económica y social
que genere oportunidades reales de educación, salud, cultura y empleo para los
jóvenes; 6. Democracia participativa: plebiscito, referéndum, revocación de
mandato y democratización de los medios. Estos ejes son el resultado de las
deliberaciones colectivas llevadas a cabo en diversas jornadas y movilizaciones
en distintas ciudades del país.
[xiii] Blanche Petrich. Op. cit. El caso más escandaloso de tales
acusaciones precipitadas por parte del Gobierno Federal ocurrió unas horas
después de la masacre de quince adolescentes que celebraban una fiesta de
cumpleaños el 30 de enero de 2010 en Villas de Salvárcar, una colonia popular
de Ciudad Juárez. El ocupante de la silla presidencial declaró que algunos de
los jóvenes asesinados tenían relación con una banda de la delincuencia
organizada. Después se supo que la mayoría de los adolescentes masacrados
pertenecían a un equipo deportivo que tenía el mismo nombre que una banda
criminal, razón por la cual un grupo de sicarios los confundió como sus
rivales. El titular de la presidencia de la República quedó envuelto
en dicha confusión y rápidamente hizo sus disparos declarativos. Después del
homicidio de Juan Francisco Sicilia y sus amigos no han faltado imputaciones
similares: el titular de la Procuraduría General de Justicia del Estado de
Morelos afirmó en una reunión con diputados locales que uno de los asesinados
tenía relación con un grupo del narcotráfico, además de señalar que el múltiple
asesinato habría sido cometido por exmilitares y soldados en activo. Cf.
Rubicela Morelos. “Procurador dijo que militares mataron a Juan Francisco
Sicilia, asegura una fuente”. La Jornada , abril 5,
2011.
[xiv] Mario Arriagada y Andrés Lajous. “Caravana del Consuelo: La
marcha que camina al revés”. Nexos,
No. 403, julio, 2011.
[xv] La palabra que se utiliza para describir cuando alguien es raptado
en la calle por un grupo –del que casi nunca se sabe si sus miembros pertenecen
al crimen organizado, a los cuerpos de seguridad del Estado o a ambos-, para
nunca más aparecer o ser encontrado posteriormente sin vida.
[xvi] Como lo muestra la cinta “Presunto culpable”. Este documental
relata la historia de José Antonio Zúñiga Rodríguez, un joven trabajador de la
economía informal en un tianguis, que pasa varios años en la cárcel acusado de
un asesinato que no cometió, condenado con la única prueba de un “testigo” que
a su vez fue amenazado por la policía para que incriminara a José Antonio.
“Presunto culpable”. Dirección: Roberto Hernández y Geoffrey Smith. Escritores:
Roberto Hernández y Layda Negrete. México, 2011.
[xvii] Judith Butler. Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Paidós. México, 2010. p. 32.
[xviii] Sobre esta versión del duelo, que le otorga su carácter de acto,
a diferencia de Freud que lo consideraba un trabajo anímico, cf. Jean Allouch. Erótica del duelo en el tiempo de la muerte
seca. Edelp, Buenos Aires, 1996.
[xix] ¿No hay aquí un punto de contacto con la experiencia de Antígona
tal como Lacan la abordó en ese seminario al que llamó La ética del psicoanálisis?
[xx] Judith Butler. Op. Cit. pp. 30-31.
Publicado en:
Artefactos, No. 2. El inconsciente es la
política...¡AHDIOS! Una revista de la École
Lacanienne de Psychanalyse. Otoño 2011.