Flavio
Meléndez Zermeño[1]
La
inseguridad se ha vuelto una preocupación central en las sociedades occidentales
contemporáneas. De ahí su insistente presencia en los medios de comunicación,
en las redes sociales, en las conversaciones cotidianas, en las políticas
públicas y en las versiones dominantes del discurso político. A nivel global la
guerra contra el terrorismo, declarada
en los Estados Unidos por la administración de George W. Bush a raíz de los
atentados a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, marcó un hito en
este terreno, hasta el punto de darle en el espacio público ese lugar medular a
la "preocupación por la inseguridad" -una manera de nombrar un miedo
compartido socialmente frente a un peligro tan indefinido como omnipresente. En
México ha jugado un papel similar la guerra
contra el narcotráfico, declarada al inicio de la administración de Felipe
Calderón, en diciembre de 2006.
Ambas
“guerras” invocan a la seguridad como su razón de ser –seguridad de sus
respectivos territorios nacionales, de la población que en ellos habita, de la
“democracia” e incluso del mundo entero- y convocan a un enemigo ubicuo que hay
que combatir o mejor aún eliminar. El terrorista o el narcotraficante que
pueden estar ocultos en cualquier lugar, tanto entre los propios como entre los
extraños, representan un peligro cuya deslocalización es proporcional al miedo
que provoca. Ambas estrategias comparten la característica de ser guerras
irregulares, es decir, que en ellas no se enfrentan ejércitos convencionales
claramente diferenciados, no hay un frente definido y por lo mismo están en
todas partes y en ninguna; además conllevan una pérdida de límites entre la
guerra y la paz, pues con frecuencia aparecen como un encadenamiento de
operativos policiacos.
Lo
que Michel Foucault llama la “sociedad de seguridad” va tomando forma a partir
del surgimiento del biopoder: "el conjunto de mecanismos por medio de los
cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos
fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una
estrategia de poder; en otras palabras, cómo, a partir del siglo XVIII, la
sociedad, las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta el hecho
biológico fundamental de que el hombre constituye una especie
humana"(Michel Foucault. Seguridad, territorio, población. Fondo de
Cultura Económica, Buenos Aires, 2006. p. 15). El biopoder no solamente va a determinar
que las políticas estatales queden organizadas por el concepto de “población”, con
el consecuente énfasis en las estadísticas y los cálculos de probabilidades, sino
que va a revelar la imposibilidad de distinguir tajantemente entre política y
biología, pues el cuerpo humano, como cuerpo viviente, está siempre tomado en
un dispositivo de poder y por lo tanto es desde siempre cuerpo biopolítico.
En
este terreno surgen los dispositivos de seguridad, articulados a los mecanismos
legales (todo el sistema jurídico-penal y sus procedimientos, que establecen
las leyes que distinguen entre lo permitido y lo vedado, así como los castigos
correspondientes) y a los mecanismos disciplinarios (en el sistema binario del
código legal aparece un tercer término: el culpable y con él una serie de
técnicas policiales, médicas, psicológicas que vigilan, diagnostican y se
proponen transformar a los individuos). La seguridad está referida a
acontecimientos probables, hay un cálculo de probabilidades en el que la
cuestión fundamental es la economía y la relación económica entre el costo de
la delincuencia y el costo de la represión, de tal manera que sea posible fijar
límites aceptables para la delincuencia en una sociedad determinada. De esta
manera surgen las estadísticas criminales, los índices de peligrosidad de
individuos, poblaciones, ciudades, zonas, regiones. La seguridad se ejerce
sobre el conjunto de una población, a diferencia de los mecanismos
disciplinares que se ejercen sobre los cuerpos de individuos determinados. Así
se constituye la "sociedad de seguridad", ligada a la construcción de
las ciudades modernas, ciudades sin murallas en donde el problema central es el
de una distribución del espacio y el tiempo que permita la circulación de los
miasmas, del aire, de los individuos, de las mercancías.
Sin
embargo, se puede sostener con Giorgio Agamben que el discurso y los
dispositivos de seguridad lo que llevan a cabo es la "gestión del
desorden", pues no tienen tanto como finalidad la prevención de la
violencia y el desorden público como la intervención y el control a posteriori, lo cual constituye
actualmente el ejercicio de gobierno, tanto en política interior como en
política exterior. Es así que el conjunto de medidas que se toman para mantener
la seguridad socavan la democracia y van en contra de sus principios, con lo
cual la democracia deja de ser tal pues su único objetivo es el estado de
excepción, del que forma parte fundamental la seguridad. El estado de excepción
se convierte así en paradigma de gobierno y necesariamente va acompañado de la
formación de ciudadanos a los cuales se les priva de su libertad y sus derechos
sin que ni siquiera se den cuenta, pues el miedo compartido le da legitimidad a
las medidas de excepción. En nombre de la seguridad el estado de excepción suspende
el estado de derecho con el argumento de salvaguardarlo. Un poder soberano que
se ubica al margen del derecho y simultáneamente se asume como su fundamento, un
poder metajurídico situado en el umbral entre política y derecho, decide
suspender el derecho para hacerlo valer a través de medidas de excepción que lo
suspenden “temporalmente”.
Por
lo demás, esta forma de ejercicio del poder ha dado pie a la reducción de la
política a una actividad de gestión gubernamental centrada en la economía: "En
la actualidad el poder político ha adoptado una única forma de gobernación de
los hombres y de las cosas: la propia de la economía (...) Cuando la política
queda reducida a lo gubernamental entra en funcionamiento un proceso por el
cual los criterios internos de gubernamentalidad tienden a difuminar las
fronteras entre ética, política, derecho y economía. Se piensa entonces que
todo es materia de gestión, y en los casos extremos -cada vez más verosímiles
por razones ecológicas- en forma de gestión de catástrofes". (Giorgio
Agamben. Pensar desde la Izquierda. Mapa del pensamiento crítico para un tiempo
en crisis. Errata Naturae editores, Madrid, 2012. p. 33). Si la economía tiene
este papel preponderante para la gestión de gobierno, entonces se delinea uno
de los objetivos que organizan las políticas de seguridad: la seguridad busca,
entre otras cosas, crear las condiciones para que los dueños del capital hagan
negocios redituables. La relación económica costo-beneficio ha estado siempre
presente en la lógica del discurso y las prácticas de la seguridad.
Cuando
la seguridad ocupa el lugar medular que tiene en las sociedades actuales y en
las políticas públicas –y el caso de México es paradigmático en este sentido-, para
los poderes constituidos no se trata tanto de erradicar el miedo en los
habitantes de un país sino de alimentarlo, convocarlo, darle forma, para
entonces volver indispensable y legítima una política fundada en la seguridad y
su correlato necesario: el estado de excepción, forma extrema de ejercicio del
poder al margen de los límites que le puede imponer el derecho. Es por eso que
el discurso de la seguridad requiere para su subsistencia de un sujeto habitado
por el miedo. Este miedo no necesita estar presente todo el tiempo, basta que tenga
una existencia virtual, mostrando su eficacia a la manera de un material
invisible que organiza el lazo social, matizando de desconfianza los
intercambios con los otros. Es preciso también que miedo y desconfianza aparezcan
como naturales, como experiencias normales que han estado ahí desde siempre.
La
“gestión del desorden”, como práctica de gobierno, es una manera segura de mantener
vigente la inseguridad, que a su vez convierte en potencialmente peligrosas las
actividades cotidianas más comunes: salir de casa, ir al trabajo o a la escuela,
transitar un camino en el campo, pasear por las calles, divertirse en un bar
con la pareja o los amigos. El miedo puede tomar entonces la forma de una
molestia difusa, intermitente, apenas perceptible dado que se ha convertido en
una compañía habitual, totalmente “normal”, que trae con ella imágenes que como
flashazos hacen aparecer acontecimientos terribles ante cualquier situación
inesperada. Entonces, el efecto más conspicuo del miedo es una parálisis que
consiste en no hacer nada para no correr riesgos. El cuerpo ha quedado tomado
por el miedo y sus deseos han quedado suprimidos.
El
miedo a perder la vida o que la pierda un ser querido, el miedo a ser
secuestrad@, el miedo a ser asaltad@, el miedo a ser “levantad@”… miedos
compartidos con otros, miedos que en ocasiones toman consistencia al realizarse
lo temido y entonces quien los padece puede recibir una etiqueta
psicopatológica para “explicar” su experiencia: síndrome de estrés
postraumático, ataques de pánico, depresión, etc. Todas ellas formas de nombrar
el sufrimiento subjetivo de un cuerpo tomado por el miedo, pero que hacen
aparecer como si fuera una dificultad individual -un síndrome o un trastorno- aquello
que está íntimamente anudado en el lazo social.
En
este panorama la relación con los otros queda inevitablemente teñida por la
desconfianza. La “paranoia” convertida en cualidad deseable para sobrevivir y
destacar en el mundo –hace algunos años, Andy Grove, ejecutivo de la firma
Intel, sentenció que “solo los paranoicos sobrevivirán”. El modelo resultante
de esta forma de "convivencia" es la multitud de solitarios, tal como
puede observarse en una de sus manifestaciones privilegiadas en cualquier día
festivo en una plaza comercial de cualquier ciudad. El reverso de esta
desconfianza repartida democráticamente es el discurso liberal de la “tolerancia”,
reconocimiento en negativo de la dificultad de aceptar al otro cuando se
muestra como tal, es decir, cuando aparece su alteridad irreductible, su
diversidad. Al parecer, la pareja sospechoso-víctima funciona ampliamente como
la diada que organiza la relación con el otro en tanto extraño; en la relación
especular así instaurada los lugares son fácilmente intercambiables. Entonces el
miedo revela ser uno de los rasgos constitutivos de la subjetividad
contemporánea. En la “sociedad de seguridad” el miedo es seguro…
[1] Psicoanalista. Miembro de la
École Lacanienne de Psychanalyse/Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.
flaviomelendez@gmail.com
Artículo publicado en el blog "Psicoanáilsis: La vida subjetiva en tiempos de guerra". Del portal: Nuestra Aparente Rendición:
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