mayo 23, 2013

MIEDO SEGURO


Flavio Meléndez Zermeño[1]
La inseguridad se ha vuelto una preocupación central en las sociedades occidentales contemporáneas. De ahí su insistente presencia en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las conversaciones cotidianas, en las políticas públicas y en las versiones dominantes del discurso político. A nivel global la guerra contra el terrorismo, declarada en los Estados Unidos por la administración de George W. Bush a raíz de los atentados a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, marcó un hito en este terreno, hasta el punto de darle en el espacio público ese lugar medular a la "preocupación por la inseguridad" -una manera de nombrar un miedo compartido socialmente frente a un peligro tan indefinido como omnipresente. En México ha jugado un papel similar la guerra contra el narcotráfico, declarada al inicio de la administración de Felipe Calderón, en diciembre de 2006.
Ambas “guerras” invocan a la seguridad como su razón de ser –seguridad de sus respectivos territorios nacionales, de la población que en ellos habita, de la “democracia” e incluso del mundo entero- y convocan a un enemigo ubicuo que hay que combatir o mejor aún eliminar. El terrorista o el narcotraficante que pueden estar ocultos en cualquier lugar, tanto entre los propios como entre los extraños, representan un peligro cuya deslocalización es proporcional al miedo que provoca. Ambas estrategias comparten la característica de ser guerras irregulares, es decir, que en ellas no se enfrentan ejércitos convencionales claramente diferenciados, no hay un frente definido y por lo mismo están en todas partes y en ninguna; además conllevan una pérdida de límites entre la guerra y la paz, pues con frecuencia aparecen como un encadenamiento de operativos policiacos.
Lo que Michel Foucault llama la “sociedad de seguridad” va tomando forma a partir del surgimiento del biopoder: "el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia de poder; en otras palabras, cómo, a partir del siglo XVIII, la sociedad, las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hombre constituye una especie humana"(Michel Foucault. Seguridad, territorio, población. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006. p. 15). El biopoder no solamente va a determinar que las políticas estatales queden organizadas por el concepto de “población”, con el consecuente énfasis en las estadísticas y los cálculos de probabilidades, sino que va a revelar la imposibilidad de distinguir tajantemente entre política y biología, pues el cuerpo humano, como cuerpo viviente, está siempre tomado en un dispositivo de poder y por lo tanto es desde siempre cuerpo biopolítico.
En este terreno surgen los dispositivos de seguridad, articulados a los mecanismos legales (todo el sistema jurídico-penal y sus procedimientos, que establecen las leyes que distinguen entre lo permitido y lo vedado, así como los castigos correspondientes) y a los mecanismos disciplinarios (en el sistema binario del código legal aparece un tercer término: el culpable y con él una serie de técnicas policiales, médicas, psicológicas que vigilan, diagnostican y se proponen transformar a los individuos). La seguridad está referida a acontecimientos probables, hay un cálculo de probabilidades en el que la cuestión fundamental es la economía y la relación económica entre el costo de la delincuencia y el costo de la represión, de tal manera que sea posible fijar límites aceptables para la delincuencia en una sociedad determinada. De esta manera surgen las estadísticas criminales, los índices de peligrosidad de individuos, poblaciones, ciudades, zonas, regiones. La seguridad se ejerce sobre el conjunto de una población, a diferencia de los mecanismos disciplinares que se ejercen sobre los cuerpos de individuos determinados. Así se constituye la "sociedad de seguridad", ligada a la construcción de las ciudades modernas, ciudades sin murallas en donde el problema central es el de una distribución del espacio y el tiempo que permita la circulación de los miasmas, del aire, de los individuos, de las mercancías.
Sin embargo, se puede sostener con Giorgio Agamben que el discurso y los dispositivos de seguridad lo que llevan a cabo es la "gestión del desorden", pues no tienen tanto como finalidad la prevención de la violencia y el desorden público como la intervención y el control a posteriori, lo cual constituye actualmente el ejercicio de gobierno, tanto en política interior como en política exterior. Es así que el conjunto de medidas que se toman para mantener la seguridad socavan la democracia y van en contra de sus principios, con lo cual la democracia deja de ser tal pues su único objetivo es el estado de excepción, del que forma parte fundamental la seguridad. El estado de excepción se convierte así en paradigma de gobierno y necesariamente va acompañado de la formación de ciudadanos a los cuales se les priva de su libertad y sus derechos sin que ni siquiera se den cuenta, pues el miedo compartido le da legitimidad a las medidas de excepción. En nombre de la seguridad el estado de excepción suspende el estado de derecho con el argumento de salvaguardarlo. Un poder soberano que se ubica al margen del derecho y simultáneamente se asume como su fundamento, un poder metajurídico situado en el umbral entre política y derecho, decide suspender el derecho para hacerlo valer a través de medidas de excepción que lo suspenden “temporalmente”.
Por lo demás, esta forma de ejercicio del poder ha dado pie a la reducción de la política a una actividad de gestión gubernamental centrada en la economía: "En la actualidad el poder político ha adoptado una única forma de gobernación de los hombres y de las cosas: la propia de la economía (...) Cuando la política queda reducida a lo gubernamental entra en funcionamiento un proceso por el cual los criterios internos de gubernamentalidad tienden a difuminar las fronteras entre ética, política, derecho y economía. Se piensa entonces que todo es materia de gestión, y en los casos extremos -cada vez más verosímiles por razones ecológicas- en forma de gestión de catástrofes". (Giorgio Agamben. Pensar desde la Izquierda. Mapa del pensamiento crítico para un tiempo en crisis. Errata Naturae editores, Madrid, 2012. p. 33). Si la economía tiene este papel preponderante para la gestión de gobierno, entonces se delinea uno de los objetivos que organizan las políticas de seguridad: la seguridad busca, entre otras cosas, crear las condiciones para que los dueños del capital hagan negocios redituables. La relación económica costo-beneficio ha estado siempre presente en la lógica del discurso y las prácticas de la seguridad.
Cuando la seguridad ocupa el lugar medular que tiene en las sociedades actuales y en las políticas públicas –y el caso de México es paradigmático en este sentido-, para los poderes constituidos no se trata tanto de erradicar el miedo en los habitantes de un país sino de alimentarlo, convocarlo, darle forma, para entonces volver indispensable y legítima una política fundada en la seguridad y su correlato necesario: el estado de excepción, forma extrema de ejercicio del poder al margen de los límites que le puede imponer el derecho. Es por eso que el discurso de la seguridad requiere para su subsistencia de un sujeto habitado por el miedo. Este miedo no necesita estar presente todo el tiempo, basta que tenga una existencia virtual, mostrando su eficacia a la manera de un material invisible que organiza el lazo social, matizando de desconfianza los intercambios con los otros. Es preciso también que miedo y desconfianza aparezcan como naturales, como experiencias normales que han estado ahí desde siempre.
La “gestión del desorden”, como práctica de gobierno, es una manera segura de mantener vigente la inseguridad, que a su vez convierte en potencialmente peligrosas las actividades cotidianas más comunes: salir de casa, ir al trabajo o a la escuela, transitar un camino en el campo, pasear por las calles, divertirse en un bar con la pareja o los amigos. El miedo puede tomar entonces la forma de una molestia difusa, intermitente, apenas perceptible dado que se ha convertido en una compañía habitual, totalmente “normal”, que trae con ella imágenes que como flashazos hacen aparecer acontecimientos terribles ante cualquier situación inesperada. Entonces, el efecto más conspicuo del miedo es una parálisis que consiste en no hacer nada para no correr riesgos. El cuerpo ha quedado tomado por el miedo y sus deseos han quedado suprimidos.
El miedo a perder la vida o que la pierda un ser querido, el miedo a ser secuestrad@, el miedo a ser asaltad@, el miedo a ser “levantad@”… miedos compartidos con otros, miedos que en ocasiones toman consistencia al realizarse lo temido y entonces quien los padece puede recibir una etiqueta psicopatológica para “explicar” su experiencia: síndrome de estrés postraumático, ataques de pánico, depresión, etc. Todas ellas formas de nombrar el sufrimiento subjetivo de un cuerpo tomado por el miedo, pero que hacen aparecer como si fuera una dificultad individual -un síndrome o un trastorno- aquello que está íntimamente anudado en el lazo social.
En este panorama la relación con los otros queda inevitablemente teñida por la desconfianza. La “paranoia” convertida en cualidad deseable para sobrevivir y destacar en el mundo –hace algunos años, Andy Grove, ejecutivo de la firma Intel, sentenció que “solo los paranoicos sobrevivirán”. El modelo resultante de esta forma de "convivencia" es la multitud de solitarios, tal como puede observarse en una de sus manifestaciones privilegiadas en cualquier día festivo en una plaza comercial de cualquier ciudad. El reverso de esta desconfianza repartida democráticamente es el discurso liberal de la “tolerancia”, reconocimiento en negativo de la dificultad de aceptar al otro cuando se muestra como tal, es decir, cuando aparece su alteridad irreductible, su diversidad. Al parecer, la pareja sospechoso-víctima funciona ampliamente como la diada que organiza la relación con el otro en tanto extraño; en la relación especular así instaurada los lugares son fácilmente intercambiables. Entonces el miedo revela ser uno de los rasgos constitutivos de la subjetividad contemporánea. En la “sociedad de seguridad” el miedo es seguro…


[1] Psicoanalista. Miembro de la École Lacanienne de Psychanalyse/Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. flaviomelendez@gmail.com

 Artículo publicado en el blog "Psicoanáilsis: La vida subjetiva en tiempos de guerra". Del portal: Nuestra Aparente Rendición: 

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