mayo 03, 2012

El liberalismo de Enrique Krauze

Flavio Meléndez Zermeño
 
En su artículo publicado en el diario Mural este domingo 3 de abril –Desterrar el odio–, Enrique Krauze se dedica, como es su costumbre, a darles lecciones a otros, y entre ellos particularmente a un sector de la izquierda mexicana, sobre cómo deben conducirse en la vida pública de nuestro país. Sostiene Krauze que a partir del 2006 la intolerancia política se ha convertido en odio al mezclarse las querellas político-ideológicas con los ríos de sangre que corren como consecuencia de las acciones del crimen organizado. En este último caso el odio se dirige al gobierno por el rechazo a su política de seguridad y porque hay ahí un rostro a quién odiar frente al poder sin rostro del crimen organizado. En el primer caso el odio proviene, siempre según Krauze, de la impugnación “injustificada” del resultado de las elecciones de aquel año, y se dirige tanto al gobierno como al “vasto espectro que no comulga estrictamente con estas dos posiciones” –es decir, la del rechazo a la política de seguridad de Calderón y la de impugnación de los resultados de las elecciones en las que éste fue declarado vencedor. La acusación no podía ser más clara: el odio procede de quienes impugnan la forma en que el gobernante en turno llegó al poder, rechazan su política de seguridad y además dirigen su odio a quienes no comulgan con sus posiciones en estos dos aspectos.
Sorprende la capacidad de este intelectual para colocarse en el lugar del “alma bella” que denuncia en otros el desorden del mundo del que él mismo participa. Omite mencionar la campaña de miedo orquestada en las elecciones de 2006 por el duopolio televisivo, las cúpulas empresariales, el gobierno de Fox y algunos intelectuales afines siempre a las causas de los poderosos: ¿esa campaña, en la que Krauze participó activamente, no juega ningún papel en la polarización que actualmente divide al país? Que esa guerra sucia haya sido seguida por la guerra en contra del narcotráfico, emprendida por el candidato al que favoreció aquella cruzada del poder, ¿no significa nada para la realidad política y social de este país?; ¿qué lugar le otorga Krauze en esta historia al mote de el mesías tropical, título de aquel texto de su autoría y publicado en la revista que dirige?
Ese texto, publicado en 2006, despliega una serie de prejuicios raciales en contra de los pobladores y la cultura del trópico, juzgados desde una mentalidad europeizante que considera a esas zonas geográficas como representantes de la irracionalidad y el desbordamiento de las pasiones, al haber quedado alejadas por largo tiempo de la modernidad occidental. Por si esto fuera poco, el historiador mediático se vale de un desafortunado incidente en la vida de Andrés Manuel López Obrador para aplicarle una psicología digna de una telenovela de Televisa y explicar toda su carrera política a partir de un sentimiento de culpa, que para colmo es acompañado por un misterioso “inconsciente colectivo” que lo arrastra a cumplir “expectativas mesiánicas”.
Tiene razón Krauze cuando dice: “El odio es una forma extrema de la dependencia: vive fijo en su objeto”; ese rasgo del odio parece describir algo de su relación con López Obrador; han pasado los años y Krauze no pierde oportunidad de denostarlo, sigue fijado a su objetivo de salvar a México de un eventual triunfo electoral del político tabasqueño. Por lo demás, Krauze parece confundir el odio –una de las modalidades que adquiere el amor– con la indignación y la ira que provocan algunos pequeños detalles de la realidad de nuestro país: más de 37 mil muertos provocados por una guerra que la mayoría de los mexicanos no apoyan, más de la mitad de la población del país viviendo en situación de pobreza extrema, un gobierno y una clase política que han dado muestras sobradas de su incapacidad y su inveterada corrupción, una oligarquía rapaz que defiende el capitalismo pero rechaza la competencia que podría hacerle perder sus privilegios. Es ahí donde el grito: “¡estamos hasta la madre!”, de Javier Sicilia (a quien Krauze le dedica el artículo en cuestión), encuentra eco, en la indignación y la ira compartidas por muchos.
Ya sabemos cuál es el consejo de Krauze dirigido a quienes participan de tal inconformidad colectiva: “concebir ideas constructivas, inteligentes, novedosas”, ¿pero cuándo leeremos una crítica de este intelectual orgullosamente liberal dirigida a los monopolios que controlan gran parte de la economía nacional y particularmente el sector de las telecomunicaciones? ¿Cuándo una denuncia de los abusos informativos de Televisa, de la pésima calidad de su programación y de la cultura chatarra difundida por esa empresa para la cual trabaja y con la cual tiene jugosos contratos? ¿Cuándo una autocrítica que reconozca que por un lado se declara liberal y por el otro se dedica a defender los intereses de una empresa que ha obstaculizado por todos los medios a su alcance –la presión y compra de legisladores, el chantaje político y mediático, el uso de los espacios noticiosos para desacreditar a sus críticos y a sus posibles competidores– la competencia en el ámbito de las telecomunicaciones, tan importante para el país en este momento de la vida globalizada?
¿No es la libertad de competencia y concurrencia en el mercado uno de los pilares fundamentales del credo liberal que dice profesar este intelectual? El día que leamos su autocrítica quizá pueda reclamar alguna autoridad moral para darle consejos a otros sobre qué sentimientos e ideas deben albergar respecto de la situación de este país.
 
Artículo publicado en La Jornada Jalisco el sábado 09 de Abril de 2011

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