Flavio Meléndez Zermeño
En su artículo publicado en el diario Mural este domingo 3 de abril –Desterrar el odio–,
Enrique Krauze se dedica, como es su costumbre, a darles lecciones a
otros, y entre
ellos particularmente a un sector de la izquierda mexicana, sobre
cómo deben conducirse en la vida pública de nuestro país. Sostiene
Krauze que a partir del 2006 la intolerancia política se ha
convertido en odio al mezclarse las querellas político-ideológicas
con los ríos de sangre que corren como consecuencia de las acciones del
crimen organizado. En este último caso el odio se dirige
al gobierno por el rechazo a su política de seguridad y porque hay
ahí un rostro a quién odiar frente al poder sin rostro del crimen
organizado. En el primer caso el odio proviene, siempre según
Krauze, de la impugnación “injustificada” del resultado de las
elecciones de aquel año, y se dirige tanto al gobierno como al “vasto
espectro que no comulga estrictamente con estas dos
posiciones” –es decir, la del rechazo a la política de seguridad de
Calderón y la de impugnación de los resultados de las elecciones en las
que éste fue declarado vencedor. La acusación no podía
ser más clara: el odio procede de quienes impugnan la forma en que
el gobernante en turno llegó al poder, rechazan su política de seguridad
y además dirigen su odio a quienes no comulgan con sus
posiciones en estos dos aspectos.
Sorprende la capacidad de este intelectual para colocarse en el
lugar del “alma bella” que denuncia en otros el desorden del mundo del
que él mismo participa. Omite mencionar la campaña de miedo
orquestada en las elecciones de 2006 por el duopolio televisivo, las
cúpulas empresariales, el gobierno de Fox y algunos intelectuales
afines siempre a las causas de los poderosos: ¿esa campaña,
en la que Krauze participó activamente, no juega ningún papel en la
polarización que actualmente divide al país? Que esa guerra sucia haya
sido seguida por la guerra en contra del
narcotráfico, emprendida por el candidato al que favoreció aquella
cruzada del poder, ¿no significa nada para la realidad política y social
de este país?; ¿qué lugar le otorga Krauze en esta
historia al mote de el mesías tropical, título de aquel texto de su autoría y publicado en la revista que dirige?
Ese texto, publicado en 2006, despliega una serie de prejuicios
raciales en contra de los pobladores y la cultura del trópico, juzgados
desde una mentalidad europeizante que considera a esas
zonas geográficas como representantes de la irracionalidad y el
desbordamiento de las pasiones, al haber quedado alejadas por largo
tiempo de la modernidad occidental. Por si esto fuera poco, el
historiador mediático se vale de un desafortunado incidente en la
vida de Andrés Manuel López Obrador para aplicarle una psicología digna
de una telenovela de Televisa y explicar toda su carrera
política a partir de un sentimiento de culpa, que para colmo es
acompañado por un misterioso “inconsciente colectivo” que lo arrastra a
cumplir “expectativas mesiánicas”.
Tiene razón Krauze cuando dice: “El odio es una forma extrema de la
dependencia: vive fijo en su objeto”; ese rasgo del odio parece
describir algo de su relación con López Obrador; han pasado los
años y Krauze no pierde oportunidad de denostarlo, sigue fijado a su
objetivo de salvar a México de un eventual triunfo electoral del
político tabasqueño. Por lo demás, Krauze parece confundir el
odio –una de las modalidades que adquiere el amor– con la
indignación y la ira que provocan algunos pequeños detalles de la
realidad de nuestro país: más de 37 mil muertos provocados por una
guerra que la mayoría de los mexicanos no apoyan, más de la
mitad de la población del país viviendo en situación de pobreza
extrema, un gobierno y una clase política que han dado
muestras sobradas de su incapacidad y su inveterada corrupción, una
oligarquía rapaz que defiende el capitalismo pero rechaza la competencia
que podría hacerle perder sus privilegios. Es ahí
donde el grito: “¡estamos hasta la madre!”, de Javier Sicilia (a
quien Krauze le dedica el artículo en cuestión), encuentra eco, en la
indignación y la ira compartidas por muchos.
Ya sabemos cuál es el consejo de Krauze dirigido a quienes
participan de tal inconformidad colectiva: “concebir ideas
constructivas, inteligentes, novedosas”, ¿pero cuándo leeremos una
crítica de
este intelectual orgullosamente liberal dirigida a los monopolios
que controlan gran parte de la economía nacional y particularmente el
sector de las telecomunicaciones? ¿Cuándo una denuncia de
los abusos informativos de Televisa, de la pésima calidad de su
programación y de la cultura chatarra difundida por esa empresa para la
cual trabaja y con la cual tiene jugosos contratos? ¿Cuándo
una autocrítica que reconozca que por un lado se declara liberal y
por el otro se dedica a defender los intereses de una empresa que ha
obstaculizado por todos los medios a su alcance –la presión
y compra de legisladores, el chantaje político y mediático, el uso
de los espacios noticiosos para desacreditar a sus críticos y a sus
posibles competidores– la competencia en el ámbito de las
telecomunicaciones, tan importante para el país en este momento de
la vida globalizada?
¿No es la libertad de competencia y concurrencia en el mercado uno
de los pilares fundamentales del credo liberal que dice profesar este
intelectual? El día que leamos su autocrítica quizá pueda
reclamar alguna autoridad moral para darle consejos a otros sobre
qué sentimientos e ideas deben albergar respecto de la situación de este
país.
Artículo publicado en La Jornada Jalisco el sábado 09 de Abril de 2011
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