mayo 03, 2012

"¿Y yo por qué no?/ I Parte

Flavio Meléndez Zermeño/I Parte
 
Las elecciones de este 2 de julio han estado marcadas por tres rasgos que permiten situar las coordenadas en las que se ha ido configurando la situación política que prevalece después de los comicios: 1º la intervención del Presidente de la República en el proceso electoral, apoyando al candidato presidencial de su partido; 2º la campaña de miedo promovida por este candidato y el Partido Acción Nacional, al cual pertenece, con la colaboración de un sector de los grandes empresarios del país; y 3º los resultados de la elección presidencial, que por primera vez en la historia plantean un virtual empate entre dos candidatos.
En relación con este tercer aspecto, la actuación de las instituciones encargadas de organizar y calificar las elecciones ha dejado mucho que desear en cuanto a otorgar garantías a unos comicios con esos resultados en un país en el que durante setenta años el fraude electoral fue una práctica recurrente y un elemento estructural del régimen de partido de Estado. La forma, por lo menos extraña, en la que el IFE fue dando a conocer los resultados de la elección presidencial, en donde el comportamiento atípico de la variación en las cifras permite fundar la sospecha de una manipulación informática; el regateo durante los cómputos distritales para abrir paquetes electorales con datos inconsistentes; la negativa también del IFE para condenar la campaña de miedo en contra de Andrés Manuel López Obrador; las intervenciones del presidente de ese instituto para fabricar un triunfador inobjetable antes de la calificación de la elección por parte del Tribunal Electoral; la negativa de los magistrados de este organismo para contar voto por voto en una elección con características inéditas en la historia del país; las inconsistencias sistemáticas –votos mal contados, actas de casilla alteradas, boletas sobrantes, etc.- en miles de paquetes electorales… son sólo algunas de las múltiples anomalías que muestran que estas elecciones están lejos de la cándida imagen que promueve la intensa campaña mediática del IFE y de novísimas organizaciones civiles que han surgido para defender la pulcritud de los comicios. Una conclusión se impone a partir de lo anterior: los prolongados acuerdos entre las distintas fuerzas políticas que dieron origen a estas instituciones que tienen como finalidad transparentar las elecciones fueron insuficientes. A fin de cuentas estas instituciones, así como una parte considerable de las personas que las conducen, son las mismas que existían en el régimen priísta. Esta pervivencia es una señal de que ese régimen que agoniza desde hace algunos lustros no ha terminado de expirar y las instituciones que lo mantienen con vida se colocan por encima de cualquier movimiento social que lo cuestione en sus fundamentos.
La intromisión directa y abierta de Vicente Fox en la campaña presidencial se remonta al intento fallido de desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Al enfrentar el aumento formidable de la protesta social por el intento de sacar a éste de la contienda presidencial, aquél tuvo que dar marcha atrás y reconocer, a través de la PGR, que no había elementos jurídicos suficientes para iniciar un proceso penal en contra del Jefe de Gobierno del Distrito Federal, que ya había sido despojado de su fuero constitucional.
Después, al dar inicio formal las campañas por la presidencia de la República, Fox se declaró listo para hacer campaña a favor del candidato de su partido, argumentando que nada se lo impedía, como si fuera el gobernante de un país en el que eso estuviera legalmente permitido –es precisamente el caso de los Estados Unidos-, como si una historia de setenta años de “dedazo” de los presidentes priístas no fuera razón suficiente para mantener escrupulosamente las manos fuera de la sucesión. Tal parece que a aquel famoso “¿Y yo por qué?” –pronunciado cuando se le preguntó en su investidura de Presidente qué iba a hacer cuando Televisión Azteca asaltó con un comando armado las instalaciones del canal 40 del valle de México y se apropió ilegalmente de la señal de esta televisora-, le siguió un “¿Y yo por qué no?”: ¿por qué no usar el poder presidencial para impulsar el triunfo del candidato de su partido?, ¿por qué no hacer todo para impedir que su enemigo más íntimo llegara a la presidencia? Si las condiciones que hacían posible el dedazo ya no están presentes, en cambio sí es posible desatar una gigantesca campaña mediática para forzar la victoria de uno y la derrota del otro[1], haciendo además un uso faccioso de cada ritual público de la investidura presidencial para abonar a tal fin.
En ningún asunto político del sexenio ha intervenido Fox con tal insistencia y sistematicidad como aquél que se refiere a la marcha de López Obrador hacia la presidencia de la República. Fox no interviene en la sucesión presidencial desde el lugar en que lo hacían los presidentes del régimen de partido de Estado, no se trata en su caso de un acto en el que se concentra el poder presidencial en el momento de elegir a su sucesor para que ese poder inicie su eclipse a favor del nuevo ungido y dar así continuidad a un ritual del poder que garantiza la continuidad del régimen; se trata de mantener a toda costa el paso del caballo de la política económica cambiando sólo de jinete, como si esa fuera ya la única manera que le queda de salvar un “Gobierno del cambio” que fue en realidad un sexenio perdido, una muestra difícil de superar de la inoperancia de la política lograda por un gobernante posmoderno que no se hace cargo del lugar que ocupa ni de las consecuencias de sus actos -ya antes había dejado avanzar la tentativa de ser sucedido en la presidencia por su esposa, sin tomar en cuenta los efectos catastróficos que en la historia de este país tiene cualquier intento que huela a reelección, así sea por interpósita persona.
Al apoyar ilegalmente al candidato de su partido, Fox no sólo traiciona a la democracia sino que traiciona también la lucha que él mismo llevó a cabo seis años antes, cuando conminaba al entonces presidente Zedillo –al que llamaba burlonamente “Zedillín”- a que sacara las manos de la elección. Con su proceder anula el acto que lo había colocado en la historia como el primer presidente de la alternancia, el que había sacado al PRI de Los Pinos -aunque no de la cultura y las prácticas de la clase política perteneciente a los distintos partidos. En condiciones políticas nuevas, que él mismo contribuyó a realizar, termina por repetir el gesto más característico del régimen que había combatido: la intromisión del poder presidencial en la sucesión. Al hacer esto, Fox borra el lugar que tenía en el entramado político que él junto con otros había contribuido a establecer, desatando consecuencias de las que no parece estar advertido. Los efectos de este pasaje al acto están a la vista de todos y han sumido al país en una de sus más graves crisis políticas y sociales[2].
La campaña de miedo que continúa hasta el día de hoy parece constituir nuestra versión nacional de la lucha contra el terrorismo, que convierte en un peligro a todo lo que ponga en cuestión al orden establecido, principalmente el orden económico ligado a la globalización neoliberal. El eslogan “López Obrador es un peligro para México” fijó el tono de inquina y miedo de la competencia electoral. Este clima no puede ser desligado de la demanda de eliminar a aquello que es situado como un peligro; en este caso el peligro no sólo es el candidato de la oposición de izquierda sino potencialmente todos aquellos que votan por él y se suman a su proyecto político. Así encontramos que en la página web de Felipe Calderón se encuentran dos videojuegos en los que un muñeco con la figura del candidato panista va aniquilando en su lucha a sus adversarios, el principal de ellos un monstruo llamado “el Peje”[3]. En este marco hay que tomar también el lapsus que comete Fox un mes y días antes de las elecciones, cuando al dar inicio a una campaña de salud dice: “El tabasqismo mata en todas sus formas, su consumo es la principal causa de mortalidad evitable en el mundo, por lo que todos tenemos la responsabilidad de luchar contra ese mal”. Para el mandatario se trata de una lucha a muerte en contra de su rival tabasqueño.


[1] Durante el primer semestre de 2006 la Presidencia empleó 4 mil 82 horas efectivas de tiempo gratuito en televisión para difundir sus spots, por encima del tiempo empleado por el IFE, la Cámara de Diputados y la de Senadores. Mural. 3 de agosto de 2006. Nota de Armando Talamantes.
[2] El fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que este 5 de septiembre declara Presidente Electo a Felipe Calderón, afirma que la intromisión de Fox puso en riesgo la validez de las elecciones. Sin embargo, ni de ésta ni de ninguna de las múltiples anomalías que el Tribunal reconoce que se cometieron extrae consecuencia jurídica alguna respecto a la validez de los comicios, con el simple argumento de que no es posible comprobar los efectos que tuvieron en el resultado final. Se trata de un fallo, en más de un sentido, que deja impunes los delitos electorales cometidos.
[3] Manzanos R. Felipe “terminator”. Proceso 1551. 23 de julio de 2006.
 
Artículo publicado en La Jornada Jalisco el lunes 11 de Septiembre de 2006

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