Flavio Meléndez Zermeño/I Parte
Las elecciones de este 2 de julio han
estado marcadas por tres rasgos que permiten situar las coordenadas en
las que se ha ido configurando la situación política que
prevalece después de los comicios: 1º la intervención del Presidente
de la República en el proceso electoral, apoyando al candidato
presidencial de su partido; 2º la campaña de miedo promovida
por este candidato y el Partido Acción Nacional, al cual pertenece,
con la colaboración de un sector de los grandes empresarios del país; y
3º los resultados de la elección presidencial, que por
primera vez en la historia plantean un virtual empate entre dos
candidatos.
En relación con este tercer aspecto,
la actuación de las instituciones encargadas de organizar y calificar
las elecciones ha dejado mucho que desear en cuanto a
otorgar garantías a unos comicios con esos resultados en un país en
el que durante setenta años el fraude electoral fue una práctica
recurrente y un elemento estructural del régimen de partido de
Estado. La forma, por lo menos extraña, en la que el IFE fue dando a
conocer los resultados de la elección presidencial, en donde el
comportamiento atípico de la variación en las cifras permite
fundar la sospecha de una manipulación informática; el regateo
durante los cómputos distritales para abrir paquetes electorales con
datos inconsistentes; la negativa también del IFE para condenar
la campaña de miedo en contra de Andrés Manuel López Obrador; las
intervenciones del presidente de ese instituto para fabricar un
triunfador inobjetable antes de la calificación de la elección
por parte del Tribunal Electoral; la negativa de los magistrados de
este organismo para contar voto por voto en una elección con
características inéditas en la historia del país; las
inconsistencias sistemáticas –votos mal contados, actas de casilla
alteradas, boletas sobrantes, etc.- en miles de paquetes electorales…
son sólo algunas de las múltiples anomalías que muestran
que estas elecciones están lejos de la cándida imagen que promueve
la intensa campaña mediática del IFE y de novísimas organizaciones
civiles que han surgido para defender la pulcritud de los
comicios. Una conclusión se impone a partir de lo anterior: los
prolongados acuerdos entre las distintas fuerzas políticas que dieron
origen a estas instituciones que tienen como finalidad
transparentar las elecciones fueron insuficientes. A fin de cuentas
estas instituciones, así como una parte considerable de las personas que
las conducen, son las mismas que existían en el
régimen priísta. Esta pervivencia es una señal de que ese régimen
que agoniza desde hace algunos lustros no ha terminado de expirar y las
instituciones que lo mantienen con vida se colocan por
encima de cualquier movimiento social que lo cuestione en sus
fundamentos.
La intromisión directa y abierta de
Vicente Fox en la campaña presidencial se remonta al intento fallido de
desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Al enfrentar el
aumento formidable de la protesta social por el intento de sacar a
éste de la contienda presidencial, aquél tuvo que dar marcha atrás y
reconocer, a través de la PGR, que no había elementos
jurídicos suficientes para iniciar un proceso penal en contra del
Jefe de Gobierno del Distrito Federal, que ya había sido despojado de su
fuero constitucional.
Después, al dar inicio formal las
campañas por la presidencia de la República, Fox se declaró listo para
hacer campaña a favor del candidato de su partido,
argumentando que nada se lo impedía, como si fuera el gobernante de
un país en el que eso estuviera legalmente permitido –es precisamente el
caso de los Estados Unidos-, como si una historia de
setenta años de “dedazo” de los presidentes priístas no fuera razón
suficiente para mantener escrupulosamente las manos fuera de la
sucesión. Tal parece que a aquel famoso “¿Y yo por
qué?” –pronunciado cuando se le preguntó en su investidura de
Presidente qué iba a hacer cuando Televisión Azteca asaltó con un
comando armado las instalaciones del canal 40 del valle de
México y se apropió ilegalmente de la señal de esta televisora-, le
siguió un “¿Y yo por qué no?”: ¿por qué no usar el poder
presidencial para impulsar el triunfo del candidato de su
partido?, ¿por qué no hacer todo para impedir que su enemigo más
íntimo llegara a la presidencia? Si las condiciones que hacían posible
el dedazo ya no están presentes, en cambio sí es posible
desatar una gigantesca campaña mediática para forzar la victoria de
uno y la derrota del otro[1], haciendo además un uso faccioso de cada ritual público de la investidura
presidencial para abonar a tal fin.
En ningún asunto político del sexenio
ha intervenido Fox con tal insistencia y sistematicidad como aquél que
se refiere a la marcha de López Obrador hacia la
presidencia de la República. Fox no interviene en la sucesión
presidencial desde el lugar en que lo hacían los presidentes del régimen
de partido de Estado, no se trata en su caso de un acto en
el que se concentra el poder presidencial en el momento de elegir a
su sucesor para que ese poder inicie su eclipse a favor del nuevo ungido
y dar así continuidad a un ritual del poder que
garantiza la continuidad del régimen; se trata de mantener a toda
costa el paso del caballo de la política económica cambiando sólo de
jinete, como si esa fuera ya la única manera que le queda de
salvar un “Gobierno del cambio” que fue en realidad un sexenio
perdido, una muestra difícil de superar de la inoperancia de la política
lograda por un gobernante posmoderno que no se hace cargo
del lugar que ocupa ni de las consecuencias de sus actos -ya antes
había dejado avanzar la tentativa de ser sucedido en la presidencia por
su esposa, sin tomar en cuenta los efectos catastróficos
que en la historia de este país tiene cualquier intento que huela a
reelección, así sea por interpósita persona.
Al apoyar ilegalmente al candidato de
su partido, Fox no sólo traiciona a la democracia sino que traiciona
también la lucha que él mismo llevó a cabo seis años
antes, cuando conminaba al entonces presidente Zedillo –al que
llamaba burlonamente “Zedillín”- a que sacara las manos de la elección.
Con su proceder anula el acto que lo había colocado en la
historia como el primer presidente de la alternancia, el que había
sacado al PRI de Los Pinos -aunque no de la cultura y las prácticas de
la clase política perteneciente a los distintos partidos.
En condiciones políticas nuevas, que él mismo contribuyó a realizar,
termina por repetir el gesto más característico del régimen que había
combatido: la intromisión del poder presidencial en la
sucesión. Al hacer esto, Fox borra el lugar que tenía en el
entramado político que él junto con otros había contribuido a
establecer, desatando consecuencias de las que no parece estar
advertido.
Los efectos de este pasaje al acto están a la vista de todos y han
sumido al país en una de sus más graves crisis políticas y sociales[2].
La campaña de miedo que continúa hasta
el día de hoy parece constituir nuestra versión nacional de la lucha
contra el terrorismo, que convierte en un peligro a todo
lo que ponga en cuestión al orden establecido, principalmente el
orden económico ligado a la globalización neoliberal. El eslogan “López
Obrador es un peligro para México” fijó el tono de inquina
y miedo de la competencia electoral. Este clima no puede ser
desligado de la demanda de eliminar a aquello que es situado como un
peligro; en este caso el peligro no sólo es el candidato de la
oposición de izquierda sino potencialmente todos aquellos que votan
por él y se suman a su proyecto político. Así encontramos que en la
página web de Felipe Calderón se encuentran dos videojuegos
en los que un muñeco con la figura del candidato panista va
aniquilando en su lucha a sus adversarios, el principal de ellos un
monstruo llamado “el Peje”[3]. En este marco hay que tomar también
el lapsus que comete Fox un mes y días antes de las elecciones, cuando al dar inicio a una campaña de salud dice: “El tabasqismo
mata en todas sus formas, su consumo es la principal
causa de mortalidad evitable en el mundo, por lo que todos tenemos
la responsabilidad de luchar contra ese mal”. Para el mandatario se
trata de una lucha a muerte en contra de su rival
tabasqueño.
[1] Durante
el primer semestre de 2006 la Presidencia empleó 4 mil 82 horas
efectivas de tiempo gratuito en
televisión para difundir sus spots, por encima del tiempo
empleado por el IFE, la Cámara de Diputados y la de Senadores. Mural. 3
de agosto de 2006. Nota de Armando Talamantes.
[2] El
fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que
este 5 de septiembre declara
Presidente Electo a Felipe Calderón, afirma que la
intromisión de Fox puso en riesgo la validez de las elecciones. Sin
embargo, ni de ésta ni de ninguna de las múltiples anomalías que el
Tribunal reconoce que se cometieron extrae consecuencia
jurídica alguna respecto a la validez de los comicios, con el simple
argumento de que no es posible comprobar los efectos que
tuvieron en el resultado final. Se trata de un fallo, en más
de un sentido, que deja impunes los delitos electorales cometidos.
Artículo publicado en La Jornada Jalisco el lunes 11 de Septiembre de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario