Flavio Meléndez Zermeño
La existencia de un peligro que
amenaza a la paz y al orden constitucional es una de las condiciones que
hacen necesaria la instalación del Estado de excepción, en
el que la inversión de los límites entre lo legal y lo ilegal vuelve
prescindible la vida de categorías enteras de la población que no
pueden ser incorporadas en la maquinaria política y
económica. Cuando la defensa legal del voto es tratada como ilegal y
las acciones ilegales de un gobierno se hacen aparecer como legales nos
encontramos en medio de un Estado de excepción que
opera en una dimensión específica de las relaciones de poder, aunque
no sea declarado oficialmente como tal –en el cerco que el gobierno
federal montó alrededor de la cámara de Diputados, con la
ayuda de la Policía Federal Preventiva y el Ejército, tenemos además
una zona geográfica delimitada que funciona bajo las reglas del Estado
de excepción.
El Estado de excepción –característica presente en el campo de concentración nazi[1]-
se ha convertido en paradigma de gobierno en las democracias
occidentales, hasta el punto de confundirse con la norma,
replanteando el régimen de lo humano por la vía de la exclusión de la
diferencia: el encierro cautelar de los locos, de los presuntos
terroristas, las limitaciones de las libertades civiles para
asegurar la libertad, el control de los flujos de población a través de
estrategias biopolíticas, etc. Pero si tomamos nota de la
afirmación de Jacques Lacan en el sentido de que el lazo social
concentracionario constituye la ganancia de una sociedad que sólo
reconoce una función utilitaria[2],
es necesario concluir que es el
mercado, como forma dominante del lazo social en la sociedad
posmoderna, el principal operador de esa suspensión del derecho propia
del Estado de excepción. Son los requerimientos del mercado los
que vuelven prescindible la vida de todos aquellos que no son
integrables en los circuitos que constituyen los intercambios
mercantiles. En un país como el nuestro, en el que más de la mitad de
la población vive por debajo de los índices internacionales de
pobreza, esta forma de “lazo social concentracionario” que promueve el
mercado global suspende de facto las garantías
individuales que la norma constitucional otorga a los ciudadanos
mexicanos –derecho al libre tránsito y la reunión, a la educación, la
salud, la vivienda, el trabajo digno, etc.
La sociedad democrática posmoderna se
caracteriza por la caída de todos los sistemas de referencia que en
otros momentos orientaron la vida de las sociedades
humanas; este derrumbe se acompaña de la desaparición de toda figura
del Otro cuya mediación permita organizar el conjunto del lazo social,
por lo mismo no es posible encontrar ya un garante de
los intercambios sociales que en nuestra época quedan entonces
librados a la lógica del mercado. En otras palabras, todo valor
simbólico que pudiera garantizar los intercambios entre los sujetos
ha sido desmantelado a favor del valor monetario de la mercancía,
que permea todas las formas de relación social provocando una
transformación del orden simbólico que deja a cada sujeto en la
desprotección más radical, sin el amparo del Estado ni del Otro para
hacer valer su condición de ciudadano, es decir, no hay nada que
garantice sus garantías individuales… a no ser su propia
autonomía jurídica que lo deja a la deriva de los oleajes del
mercado –como en esa historia, a la que extrañamente las dos cadenas
televisoras dedicaron durante días mayor tiempo de transmisión
que el destinado a la crisis postelectoral, de los náufragos
mexicanos que sobrevivieron durante nueve meses navegando a la deriva.
En 1964 Lacan se refiere a la política
en estos términos: “Ser objeto de negociación no es, sin duda, para un
sujeto humano, una situación insólita, pese a la
verborrea sobre la dignidad humana y los Derechos del Hombre. Cada
quien, en cualquier instante y en todos los niveles, es negociable, ya
que cualquier aprehensión un tanto seria de la estructura
social nos revela el intercambio (…) Todos saben que la política
consiste en negociar, y en su caso al por mayor, por paquetes, a los
mismos sujetos, llamados ciudadanos, por cientos de
miles”[3].
Después de poco más
de cuarenta años podemos decir que las sociedades democráticas han
superado con mucho lo afirmado por Lacan, la posmodernidad no sólo
negocia el destino de los sujetos por cientos de miles o
millones, sino que hace de cada uno un deshecho humano en potencia,
al colocarlo en riesgo permanente de convertirse en homo sacer[4]:
un despojo desprovisto de cualquier estatuto humano, un deshecho del
mercado que ya no puede ser sacrificado, cuya existencia sólo es
registrada en la estadística. La angustia en la que el sujeto se
encuentra ante el lazo social concentracionario, cuestión que
Lacan señaló en 1949, se ha convertido en forma de vida, en la
compañera del habitante posmoderno.
Ahí está la raíz del miedo que la
campaña panista y empresarial ha promovido con éxito, que hace aparecer
un cambio en la política económica como un peligro en el
que los ciudadanos mexicanos van a perder sus bienes, incluso
aquellos que no pueden perder los bienes que nunca han tenido y que por
miedo fueron a votar por un proyecto político que en el mejor
de los casos les ofrece sobrevivir con un empleo. La concepción que
aquí está en juego aparece en toda su crudeza en el comentario que hace
una diputada panista el día del festejo del triunfo de
Calderón en la sede nacional de su partido: “Se acabó el Primero los
huevones. Ahora vamos a darles un empleo y a ponerlos a trabajar”[5].
El comentario no sólo revela un extendido prejuicio que explica el
origen
de las desigualdades sociales por el hecho de que los desposeídos
son unos flojos, sino que lleva incluido un remedio para la pobreza y
una visión de su futuro: el trabajo, ¡para sobrevivir
tienen que trabajar más de lo que ya lo hacen! Como todavía se puede
leer a la entrada del campo de concentración y exterminio de Auschwitz:
“El trabajo os hará libres”.
La modificación del orden simbólico
mencionada más arriba afecta a la estructura del tiempo humano, pues
tiene como una de sus consecuencias la aparición de un
futuro vaciado de referencias que orienten la acción de los sujetos
hacia la posibilidad de un porvenir diferente. El futuro es ese tiempo
constituyente de la subjetividad humana en el que Freud
señalaba que el deseo se figura como cumplido, el tiempo en el que
la fantasía que orienta al deseo de un sujeto despliega su argumento
para hacer posible una vida humana vivible. Cuando el único
futuro que la política posmoderna puede ofrecer se reduce a
sobrevivir, estamos frente a una metamorfosis basada en un fraude que le
arrebata a los humanos uno de sus elementos más
distintivos.
Este
trabajo, con ligeras modificaciones, fue presentado el 25 de agosto de
2006 en el Centro Universitario de
Ciencias de la Salud de la Universidad de Guadalajara, en el marco
de un ejercicio de clínica psicoanalítica denominado “Psicopatología de
la vida política cotidiana”, en el que también
participaron Alberto Sladogna, Federico Arreola, María Luisa
González, Ulises Valdés y Xóchitl Vázquez.
Fue publicado también en La Jornada, edición Jalisco, el 11 y 12 de septiembre, sin las notas de pie de página que
aquí se incluyen.
[1] Cf. Agamben G. Estado de excepción. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2004. También cf. Homo
sacer. El poder soberano y la nuda vida. Pre-textos. Valencia, 2003.
[2] Cf. Lacan J. El estadio del espejo como formador de la función
del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En: Escritos 1. Siglo XXI. México, 1989.
[3] Lacan J. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós. Barcelona, 1987. p.
13
[5] Público. 7 de julio de 2006. Nota de Diego Osorno.
Artículo publicado en La Jornada Jalisco el martes 12 de Septiembre de 2006
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