mayo 03, 2012

"¿Y yo por qué no?/ II Parte

Flavio Meléndez Zermeño

La existencia de un peligro que amenaza a la paz y al orden constitucional es una de las condiciones que hacen necesaria la instalación del Estado de excepción, en el que la inversión de los límites entre lo legal y lo ilegal vuelve prescindible la vida de categorías enteras de la población que no pueden ser incorporadas en la maquinaria política y económica. Cuando la defensa legal del voto es tratada como ilegal y las acciones ilegales de un gobierno se hacen aparecer como legales nos encontramos en medio de un Estado de excepción que opera en una dimensión específica de las relaciones de poder, aunque no sea declarado oficialmente como tal –en el cerco que el gobierno federal montó alrededor de la cámara de Diputados, con la ayuda de la Policía Federal Preventiva y el Ejército, tenemos además una zona geográfica delimitada que funciona bajo las reglas del Estado de excepción.
El Estado de excepción –característica presente en el campo de concentración nazi[1]- se ha convertido en paradigma de gobierno en las democracias occidentales, hasta el punto de confundirse con la norma, replanteando el régimen de lo humano por la vía de la exclusión de la diferencia: el encierro cautelar de los locos, de los presuntos terroristas, las limitaciones de las libertades civiles para asegurar la libertad, el control de los flujos de población a través de estrategias biopolíticas, etc. Pero si tomamos nota de la afirmación de Jacques Lacan en el sentido de que el lazo social concentracionario constituye la ganancia de una sociedad que sólo reconoce una función utilitaria[2], es necesario concluir que es el mercado, como forma dominante del lazo social en la sociedad posmoderna, el principal operador de esa suspensión del derecho propia del Estado de excepción. Son los requerimientos del mercado los que vuelven prescindible la vida de todos aquellos que no son integrables en los circuitos que constituyen los intercambios mercantiles. En un país como el nuestro, en el que más de la mitad de la población vive por debajo de los índices internacionales de pobreza, esta forma de “lazo social concentracionario” que promueve el mercado global suspende de facto las garantías individuales que la norma constitucional otorga a los ciudadanos mexicanos –derecho al libre tránsito y la reunión, a la educación, la salud, la vivienda, el trabajo digno, etc.
La sociedad democrática posmoderna se caracteriza por la caída de todos los sistemas de referencia que en otros momentos orientaron la vida de las sociedades humanas; este derrumbe se acompaña de la desaparición de toda figura del Otro cuya mediación permita organizar el conjunto del lazo social, por lo mismo no es posible encontrar ya un garante de los intercambios sociales que en nuestra época quedan entonces librados a la lógica del mercado. En otras palabras, todo valor simbólico que pudiera garantizar los intercambios entre los sujetos ha sido desmantelado a favor del valor monetario de la mercancía, que permea todas las formas de relación social provocando una transformación del orden simbólico que deja a cada sujeto en la desprotección más radical, sin el amparo del Estado ni del Otro para hacer valer su condición de ciudadano, es decir, no hay nada que garantice sus garantías individuales… a no ser su propia autonomía jurídica que lo deja a la deriva de los oleajes del mercado –como en esa historia, a la que extrañamente las dos cadenas televisoras dedicaron durante días mayor tiempo de transmisión que el destinado a la crisis postelectoral, de los náufragos mexicanos que sobrevivieron durante nueve meses navegando a la deriva.
En 1964 Lacan se refiere a la política en estos términos: “Ser objeto de negociación no es, sin duda, para un sujeto humano, una situación insólita, pese a la verborrea sobre la dignidad humana y los Derechos del Hombre. Cada quien, en cualquier instante y en todos los niveles, es negociable, ya que cualquier aprehensión un tanto seria de la estructura social nos revela el intercambio (…) Todos saben que la política consiste en negociar, y en su caso al por mayor, por paquetes, a los mismos sujetos, llamados ciudadanos, por cientos de miles”[3]. Después de poco más de cuarenta años podemos decir que las sociedades democráticas han superado con mucho lo afirmado por Lacan, la posmodernidad no sólo negocia el destino de los sujetos por cientos de miles o millones, sino que hace de cada uno un deshecho humano en potencia, al colocarlo en riesgo permanente de convertirse en homo sacer[4]: un despojo desprovisto de cualquier estatuto humano, un deshecho del mercado que ya no puede ser sacrificado, cuya existencia sólo es registrada en la estadística. La angustia en la que el sujeto se encuentra ante el lazo social concentracionario, cuestión que Lacan señaló en 1949, se ha convertido en forma de vida, en la compañera del habitante posmoderno.
Ahí está la raíz del miedo que la campaña panista y empresarial ha promovido con éxito, que hace aparecer un cambio en la política económica como un peligro en el que los ciudadanos mexicanos van a perder sus bienes, incluso aquellos que no pueden perder los bienes que nunca han tenido y que por miedo fueron a votar por un proyecto político que en el mejor de los casos les ofrece sobrevivir con un empleo. La concepción que aquí está en juego aparece en toda su crudeza en el comentario que hace una diputada panista el día del festejo del triunfo de Calderón en la sede nacional de su partido: “Se acabó el Primero los huevones. Ahora vamos a darles un empleo y a ponerlos a trabajar”[5]. El comentario no sólo revela un extendido prejuicio que explica el origen de las desigualdades sociales por el hecho de que los desposeídos son unos flojos, sino que lleva incluido un remedio para la pobreza y una visión de su futuro: el trabajo, ¡para sobrevivir tienen que trabajar más de lo que ya lo hacen! Como todavía se puede leer a la entrada del campo de concentración y exterminio de Auschwitz: “El trabajo os hará libres”.
La modificación del orden simbólico mencionada más arriba afecta a la estructura del tiempo humano, pues tiene como una de sus consecuencias la aparición de un futuro vaciado de referencias que orienten la acción de los sujetos hacia la posibilidad de un porvenir diferente. El futuro es ese tiempo constituyente de la subjetividad humana en el que Freud señalaba que el deseo se figura como cumplido, el tiempo en el que la fantasía que orienta al deseo de un sujeto despliega su argumento para hacer posible una vida humana vivible. Cuando el único futuro que la política posmoderna puede ofrecer se reduce a sobrevivir, estamos frente a una metamorfosis basada en un fraude que le arrebata a los humanos uno de sus elementos más distintivos.
 
Este trabajo, con ligeras modificaciones, fue presentado el 25 de agosto de 2006 en el Centro Universitario de Ciencias de la Salud de la Universidad de Guadalajara, en el marco de un ejercicio de clínica psicoanalítica denominado “Psicopatología de la vida política cotidiana”, en el que también participaron Alberto Sladogna, Federico Arreola, María Luisa González, Ulises Valdés y Xóchitl Vázquez.
Fue publicado también en La Jornada, edición Jalisco, el 11 y 12 de septiembre, sin las notas de pie de página que aquí se incluyen.


[1] Cf. Agamben G. Estado de excepción. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2004. También cf. Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Pre-textos. Valencia, 2003.
[2] Cf. Lacan J. El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En: Escritos 1. Siglo XXI. México, 1989.
[3] Lacan J. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós. Barcelona, 1987. p. 13
[4] Cf. Agamben G. Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Ed. Cit.
[5] Público. 7 de julio de 2006. Nota de Diego Osorno.
 
Artículo publicado en La Jornada Jalisco el martes 12 de Septiembre de 2006

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